martes, enero 13, 2009

Gorriones 1

Iba yo caminando en una lloviznosa mañana de invierno, por cierta calle de adoquines resbaladizos y ya algo desgastados, dirigiéndome hacia quién sabe dónde y pensando en quién sabe qué. Las hojas, doradas y ahora húmedas que el otoño atrae sin clemencia hacia el suelo formaban simpáticas formas en el asfalto y yo, apelando a ese espíritu pueril presente en todos y cada uno de nosotros mortales (o casi todos), me dispuse a llevar a cabo esa ruidosa actividad de pisar, sin salirme -eso sí- de mi camino, dichas hojas, en busca de ese pérfido crujido que nos provoca ese pequeño cosquilleo de misteriosa alegría cada vez que lo oímos y lo sentimos bajo la suela de nuestros zapatos --si no hay zapatos, cuánto mejor. Pero al darme cuenta de que las hojas, probablemente afectadas por los 2 milímetros de agua caída durante la noche decidieron no desenvolverse en su placentera labor, desistí y seguí mi camino, cuál seria persona adulta.

Mientras pasaba por un trecho especialmente boscoso, noté que de abajo de un cerro de hojas aparecía un pequeño gorrión. Sonreí ante su simpática presencia y, sobretodo, me impresioné al verlo cantar: infinitas veces los había oído, pero nunca había observado ese momento en que el gorrión abre su pequeño pico y emite ese sonido, impertérrito, todo un misterio para mis cuerdas vocales. Proseguí mi camino y el pajarillo me acompañó con sus cortos pasos por un par de centímetros. Un poco más adelante, en otro trecho con muchas hojas ví nuevamente aparecer, desde abajo de una vívidamente verde enredadera, un par de los simpáticos pájaros con sus plumas color cobrizo. Esta aparición me llamó más la atención, pues recordé que el día anterior también había visto más gorriones de lo normal; además, éstos últimos habían aparecido misteriosamente, casi de la nada. Probablemente tenían un nido en la enredadera, o se protegían de la lluvia debajo de ésta... nuevamente, proseguí. Pero no pude dejar de notar que los gorriones seguían apareciendo, lo que más me impresionaba era que no llegaban desde el cielo, sino del suelo. ¿No debían estos pájaros aterrizar desde el aire, o de alguna rama más alta? Estos parecían sólo surgir de entre las hojas.

En un capricho detectivesco, comencé a caminar lo más lento y ligero que mis botas me permitían, sin levantar la visra de las raíces de plantas y árboles, lugar de donde parecían provenir mis pequeños compañeros de viaje. En un instante pestañé y, al abrir los ojos tras ese microscópico segundo, donde antes juraría haber visto una hoja aplastada por el agua, ahora caminaba un pequeño pero gallardo gorrión. Entonces, un segundo le tomó a mi mente descubrir la verdad del misterioso hecho.

Maravillada ante tal proeza de la ciencia, tal consecuencia de una otoñal hidratación, seguí caminando con extrema cautela, cuidando de no pisar hoja alguna.


5 de septiembre de 2008
Ideado caminando por Pdo. de Valdivia,
redactado en una aburrida clase de cálculo.

2 comentarios:

chamico dijo...

que bello fran

gracias


[¿hay segunda parte?]

chamico dijo...

chuu! nunca había pensado lo del lápiz grafito...

quizás mejor, vamos desapegándonos de las cosas.

[¿viste la revista?]