En media tarde recorrimos medio centro de Santiago, tomados de la mano aunque nos hiciera transpirar. En cada esquina nos quedamos demasiado ocupados, mirándonos, y nos demorábamos en cruzar. Nos reímos de nuestra mala suerte al no poder visitar a Velasquez, caminamos por la sombra sin un rumbo muy certero, pero yo sé que de tu mano nunca me voy a perder. Un dulce helado que se derrite, una despedida y el amargo regreso a la realidad.
Yo llevo tu sonrisa como bandera...
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